Salvo excepciones, el fin último con el que se crea una empresa es generar beneficios. Y, para conseguirlos, no sólo es preciso contar con unos procesos y mecanismos eficientes, sino alinearlos con el Equipo Humano que los gestiona y posibilita.
Poner el foco únicamente en los aspectos técnicos de la empresa y en las cifras de costes, ventas o beneficios (productividad) es algo muy tentador, porque son fácilmente medibles, se puede diseñar mecanismos que faciliten su control, y además se relacionan de forma directa y natural con el objetivo principal de la Organización. Pero es un voluntarismo pensar que los resultados se van a seguir produciendo a medio o largo plazo si durante el proceso se sacrifica a las personas que los generan.
Por el contrario, una gestión centrada únicamente en el buen ambiente y los vínculos entre las personas (positividad) corre el riesgo de volverse ineficiente, de perder la tensión productiva a base de evitar el comportamiento directivo para no dañar las relaciones personales. Y ello va en contra de la obtención de beneficios.
El equilibrio entre la productividad y la positividad tiene consecuencias que van más allá de los beneficios sostenibles. Estimula el orgullo de pertenencia, favorece la retención del talento, disminuye la rotación, alienta el compromiso y la corresponsabilidad y sirve como modelo a otras áreas de la Organización. En otras palabras, combina el “saber hacer” con el “querer hacer”.
A MENUDO SENTIMOS LA AGRADABLE SENSACIÓN DE NO IR A TRABAJAR,
SINO DE IR A DISFRUTAR